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Consideraciones para el Domingo de Ramos | Por Mons Martín Dávila

¡Hosanna al hijo de David! ¡Bendito sea el que viene en nombre del Señor! (Mt., XXI, 9)

Transportémonos en espíritu delante de Nuestro Salvador, cuando entraba triunfante en Jerusalén; juntémonos al pueblo que aclama y digámosle con él: ¡Hosanna filio David: benedictus qui venit in nomine Domini!

Por: Redacción 05 Abril 2020 11:50

¿Por qué Jesucristo entró triunfante en Jerusalén?

Es un hecho bien extraño que Nuestro Señor, que toda la vida había huido de la gloria y del brillo para ocultarse en la oscuridad, acepte los honores de un triunfo con todas las demostraciones de estimación pública, y esto en la víspera de su muerte, cuando sabía que iba a ser crucificado.

¿De dónde viene esta diferencia de conducta? ¿Por qué acepta hoy lo que siempre ha rehusado? Lo hace así:

1. Para mostrarnos cuánto ama la voluntad de su Padre. Jesucristo toda su vida la empleo en agradarle, y sin duda este brillante homenaje, fue rendido a su voluntad adorable; pero, para una ocasión solemne de llevar hasta el más sublime heroísmo este perfecto amor, su Padre le pide el sacrificio de su libertad, de su honor, de su vida.

“¡Oh Padre mío!, vedme aquí—exclama—vengo a cumplir tus órdenes” (Hebr., X, 7), vengo, no con la paciencia que se resigna, sino con la alegría que triunfa, a enseñar al mundo cuán amable es tu voluntad, sobre todo, cuando crucifica; cómo el deseo de agradarte entusiasma, especialmente cuando se inmola.

2. Jesús triunfa, porque va a darnos los dos más grandes testimonios de su amor: el uno en la Cena, haciendo el sacrificio y el sacramento de su amor; y el otro en el Calvario, muriendo por nosotros. Desde largo tiempo deseaba el uno y el otro con un ardor increíble, como dice en Lc XXII, 15, y en Lc., XII, 50.

El momento tan deseado llega; tanta felicidad bien vale una marcha triunfal; porque yendo a la Cena, es un buen padre, que va, lleno de alegría, a legar a sus hijos la más rica herencia; yendo al Calvario, es un Rey Salvador, que va a entrar en combate con los poderes infernales, con el mundo, la carne y el pecado.

Le costará toda la sangre de sus venas, su vida misma, ¡eso nada le importa! A este precio nos salvará, queda contento y por eso triunfa.

¡Oh! ¡quién no bendecirá a este divino triunfador y no clamará con todo el pueblo: ¡Hosanna al hijo de David1?

3. Jesús triunfa, para enseñarnos el precio de la cruz y de los padecimientos. El mundo hace consistir la felicidad en alegrías que pasan, en honores que se desvanecen.

Para vencerlos Jesús huyó cuando se le quiso hacer rey, como viene en (Jn., VI, 15). Se retiró a solas cuando quiso transfigurarse, y cuando se le presentaron regocijos, se ocultó; pero cuando se trató de verse humillado y de padecer, exclamaba diciendo: “¡Ea, vamos adelante!” (Mt., XXVI, 46); “Como si dijera, la cruz me espera; es mi gloria; iré a buscarla en triunfo; la llevaré sobre mis hombros, como ha dicho el profeta”(Is., IX, 6)

¡Hermoso ejemplo, que hecho correr a la muerte a dieciocho millones de mártires, entonando cánticos de gozo!

¿cómo, después de esto, colocaremos nuestra gloria en la reputación; nuestra felicidad en los placeres, nuestra vergüenza en la humillaciones, en lugar de decir con con San Pablo: “Me complazco en la humillación, en la persecución y en los padecimientos por Jesucristo”? (II Cor., XII, 10).

 

Caracteres del triunfo de Jesucristo.

1. Es un triunfo humilde y lleno de mansedumbre. “Hija de Sión, dice el Profeta, tu Rey viene a ti humilde y pobre” (Zac., IX, 9); “pero con una bondad arrebatadora, una dulzura inapreciable” (Mt., XXI, 5).

Es tan humilde, que ha elegido a los pobres y a los niños para cantar sus alabanzas; es tan manso, que no opone sino palabras suaves al orgullo de los fariseos, que le piden haga callar las aclamaciones de la multitud.

Por esta humildad sencilla, por esta mansedumbre siempre igual se reconoce al Rey de reyes, y éstos son también los rasgos por los que han de conocerse sus discípulos.

2. El triunfo del Salvador es figurativo de las disposiciones con que nosotros debemos recibirle cuando viene, en la Sagrada Comunión, triunfante de amor, a nuestros corazones.

Esas vestiduras tendidas por tierra bajo sus pies, figuran el despojo de los malos hábitos de que nuestra alma está como revestida.

Esas ramas de árboles con que el pueblo cubre el camino, figuran el desasimiento de los mil deseos, apegos y voluntades propias que Nuestro Señor pide que se le sacrifiquen.

Esas palmas que llevan en las manos representan las palmas de las victorias que debemos alcanzar sobre nuestras pasiones y ofrecer al Salvador en cada Comunión.

 

En fin, los cánticos de triunfo que resuenan a su alrededor son el símbolo de los santos transportes de de gozo con que debemos recibirle a su llegada a nuestros corazones. Acaso ¿Son éstas las disposiciones que llevamos a nuestras Comuniones?

Tomemos en seguida la resolución: 1o. De renovar en nosotros el deseo de agradar a Dios, aun cuando esto nos crucifique; 2o. De hacer mejor nuestras Comuniones, recibiendo con alegría a Jesús en nosotros como a triunfador que viene a tomar posesión de todo nuestro ser.

Por último digamos con el profeta: “Decid a la hija de Sión: Mira que viene a ti tu Rey, lleno de mansedumbre.

Sinceramente en Cristo 

Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones

Sus comentarios a obmdavila@yahoo.com.mx


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