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El Dogma del Purgatorio | Por Mons. Martín Dávila

Santo y saludable pensamiento es el de orar por los muertos, para que sean libres de sus pecados” (II Mac., XII, 46)

Por: Redacción 12 Noviembre 2019 15:17

Imagenémonos ver la cárcel del Purgatorio, y allí penando con increíbles penas a las benditas almas. Pidamos al Señor compasión para ellas; y para nosotros, que las llamas de tan terrible cárcel nos iluminen para que evitemos las faltas e imperfecciones que son el pábulo o mecha de tan terrible fuego.

La existencia del Purgatorio

La Iglesia enseña, que el Purgatorio es un lugar de penas, donde las almas de los justos acaban de purificarse de sus pecados antes de entrar en el cielo. Las almas de los justos que no tienen ninguna deuda con la divina Justicia van enseguida al cielo; las demás van al purgatorio.

Es por eso, que nos dice S. Juan en el Apocalipsis XXI, 27: “Nada impuro penetrará en el cielo”. Puede decirse que el Purgatorio es la antesala del cielo; y de igual manera que en la antesala se deja todo lo que no se debe introducir en la sala de un ilustre personaje, así en el Purgatorio se deja todo cuanto en el cielo se ofendería las miradas purísimas de Dios.

Las penas del purgatorio son tan grandes que superan a todas las penas de este mundo. En el Purgatorio así como en el Infierno se padece pena de daño y pena de sentido.

1º. Allí las almas se ven privadas de la visión de Dios; pero este tormento sólo es temporal. No obstante, ¡cuán penoso ha ser para las almas destinadas al cielo, el verse condenadas a sufrir la separación de Dios, a quien tanto aman y que es el único capaz de satisfacer su ardiente sed de felicidad!.

2º. En cuanto a la pena de sentido, no puede dudarse que sea vivísima, atendiendo al ultraje que el menor pecado hace a la divina Majestad. Así lo enseñan en particular Santo Tomás y San Agustín. En cuanto a la duración del Purgatorio; éste debe terminar con el mundo; pero las almas que hayan merecido permanecer en él por más tiempo, verán aumentadas sus penas, y así la duración será compensada por la intensidad.

Sobre la objeción de ciertos protestantes de que en la Biblia no se habla del Purgatorio. La Sagrada Biblia sí habla de él, y mucho. Y el hecho de que no se emplee el término “purgatorio”. Habla sobre el concepto y su realidad.

La enseñanza de la palabra de Dios y de la Iglesia en consonancia con ella, es clara. De lo contrario, ¿cómo es que los protestantes aceptan la doctrina del pecado original? ¿En qué parte de la Escritura aparece el término “pecado original” y cómo es que lo aceptan? De lo que sí no dice una palabra la Escritura es del principio protestante de la sola Escritura.

El dogma del Purgatorio está claramente fundado en la Sagrada Escritura. El Antiguo Testamento nos presenta a Judas Macabeo recogiendo doce mil dracmas y enviándolas a Jerusalén para que se ofreciesen al Señor sacrificios expiatorios por las almas de los muertos en el campo de batalla, añadiendo estas palabras (II, Mac., XII, 46): “Santo y saludable pensamiento es el de orar por los muertos, para que sean libres de sus pecados”.

El Nuevo Testamento refiere estas palabras tan claras y tan precisas, salidas de los labios de Jesucristo: “Y a cualquiera que diga una palabra contra el Hijo del Hombre, se le perdonará; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este siglo ni en el venidero” (Mt XII, 32). De donde de sigue que habrá pecados que serán perdonados (en cuanto al reato de pena temporal, pero no en cuanto al reato de pena eterna).

Jesucristo es aun más explicito con la realidad del Purgatorio cuando dijo en San Mateo V, 25 al 26: “Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo”. Notemos que esta cárcel es un lugar de castigo, donde la reparación se hace por las ofensas cometidas.

San Pablo, en su Epístola a los I Cor., III, 11 al 15 enseña que en el último día arderá un fuego que destruirá las obras de algunas almas, que entonces solamente serán salvadas.

La segunda fuente de pruebas en favor de la existencia del Purgatorio no las ofrece la tradición, fortalecida por el Magisterio de la Iglesia.

La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura, como en la Epístola de San Pablo, 1 Cor., III, 15; habla de un fuego purificador. Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio existe un fuego purificador. Y en el Evangelio de San Mateo XII, 32. Afirma Jesucristo, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro.

La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al Purgatorio sobre todo en los Concilios de Lyon, Florencia y de Trento.

Los Concilios de Lyón y Florencia hicieron la siguiente declaración contra los griegos cismáticos, que se oponían a la existencia del Purgatorio: “Las almas que partieron de este mundo en caridad con Dios, con verdadero arrepentimiento de sus pecados, antes de haber satisfecho con verdaderos frutos de penitencia por sus pecados de obra y omisión, son purificadas después de la muerte con las penas del Purgatorio” Dz 464, 693; cf. Dz 456, 570 s.

El concilio de Trento fortaleciendo la Sagrada Tradición de una manera infalible declara con estas palabras: Si alguno pretende que todo pecador penitente, cuando recibe la gracia de la justificación, obtiene la remisión de la culpa y de la pena eterna, de tal manera que no queda deudor de ninguna pena temporal que debe sufrir, o en el siglo presente, o en la vida futura en el purgatorio, antes de poder entrar en el reino de los cielos, se anatema.

La misma razón apoya este dogma, combatido por la herejía y la impiedad. Por eso, todo pecado es una ofensa a la Majestad divina, una mancha que afea en nosotros la imagen de Dios. Ahora bien: ¿quién no ve claro que al pecado corresponden, en esta vida o en la otra, estas tres cosas: castigo, satisfacción y reparación?

Los que no han querido hacer penitencia en esta vida deben satisfacer en la otra; de lo contrario, resultaría ventajoso para la vida futura el haber sido descuidado y negligente en hacer penitencia en la vida mortal.

Avivemos, nuestra fe en este dogma, defendiéndolo contra todos sus enemigos y tengámoslo siempre ante los ojos, porque así evitaremos aun las faltas más ligeras e insignificantes.

Dogma consolador

Consideremos que es sumamente consolador el dogma católico del Purgatorio.

Cuando muere el hombre, ha de presentarse el alma ante el Juez y oír la sentencia de su futura suerte. Ahora bien: entre el alma heroicamente santa y émula de la pureza de los ángeles, y el alma muerta en pecado mortal, hay un gran intervalo y distancia, donde caben infinidad de almas: todos aquellas que salen de este mundo en gracia de Dios, pero con alguna culpa venial o resto de pena merecida y aún no satisfecha.

¿Qué hará Dios de estas almas? ¿ Las arrojará al infierno y confundirá con todos los espíritus infernales? Esto repugna a la divina bondad y justicia. ¿Las introducirá en el cielo? Esto se opone igualmente a la santidad y pureza infinita del Creador, pues sólo aquel cuyas manos sean inocentes y cuyo corazón esté limpio subirá al monte del Señor. Porque nada manchado puede entrar en el reino de los cielos.

Miremos, pues, cómo el dogma del purgatorio es un dogma consolador. Porque: si todos los que en acabándose esta vida hubiesen de estar limpios de toda mancha, so pena de ir al infierno, ¿qué suerte podríamos esperar la mayoría de los hombres, los cuales con tanta frecuencia, ya que no por malicia, por fragilidad, faltamos en muchas cosas?

Imaginémonos que un hombre ha llevado una vida disipada y desarreglada, y sale de este mundo con una confesión buena, pero sin tiempo para hacer penitencia. Si no hubiese purgatorio. ¿qué consuelo tendrían su esposa y sus hijos, sabiendo que en el cielo no entra nada manchado, y que su marido o padre no ha hecho penitencia de sus extravíos?

¿Pensarían que bastaba la absolución para creerle ya en el cielo, juntos a los padres del desierto o San Luis Gonzaga? Más ahora pueden esperar que Dios le habrá recibido en el seno de su misericordia si, como se supone, se dolió de sus pecados con contrición de su corazón.

Sucede con frecuencia, dice Santo Tomás, que los justos mueren antes de haber hecho por sus culpas suficiente penitencia, sin embargo, no por esto puede negárseles la vida eterna, que tienen merecida.

Mas porque sus faltas no deben quedar impunes, pues la justicia exige que el pecado se repare con la pena, es absolutamente necesario que padezca alguna pena temporal antes que obtengan el premio de la vida eterna; lo cual manifiesta la justicia, santidad y misericordia de dios, y nos da una idea muy alta de la limpieza que se necesita para entrar en la gloria.

El lugar de la expiación

El lugar destinado a la expiación de las culpas veniales y de la pena temporal, no satisfecha aún, de que eran deudores por los pecados ya confesados, llámase purgatorio, porque en él, como en un crisol, se purifican y afinan las almas, hasta que, abrasada la escoria de sus culpas, cobran entero lustre y hermosura, con que se hacen dignas de parecer en la presencia de Dios, y participar de los goces eternos.

Este lugar, según la opinión común y recibida, es un lugar fijo, tenebroso, profundo, donde las almas están encarceladas en cárcel tenebrosa y en noche perpetua.

Millones y millones de almas habitan las silenciosas cárceles del purgatorio. Tan grande es el pueblo de esos justos, amadísimos todos de Dios, ciudadanos de un imperio que puede llamarse “el imperio de la expiación resignada”.

En ninguna parte como allí se verifica la palabra del salmista. La justicia y la paz se dieron ósculo cariñoso. En el purgatorio las almas aman, adoran y bendicen la misericordia y bondad de Dios, que, por la sangre de Jesucristo les perdonó las culpas y les dió derecho al cielo; y su justicia inexorable que les cierra las puertas de la gloria y las detiene en el reino de la expiación hasta que se hayan purificado del todo.

Y con tanto amor y gusto aceptan este fallo del soberano Juez, que ellas mismas, sin ser para ello forzadas, al reconocerse impuras se van al lugar de la purificación. Porque viendo en sí la herrumbe del pecado, que es impedimento para ver a dios, del cual sólo el purgatorio puede librarlas, lanzase a él las almas por voluntad propia.

Por esto en los abismos de aquel reino misterioso no se oye propiamente una queja, ni se descubre acción alguna que revele impaciencia, ira o enojo contra los decretos de Dios o las penas horribles que padecen.

Cuando oímos que se lamentan de su suerte y nos compelen a que las socorramos, al representarnos la gravedad de sus tormentos y las ansias que tienen de volar al seno de su Amado, no quieren significarnos que se agota su paciencia, que se acaba su resignación.

Quieren, sí, excitar nuestra compasión, mover nuestra piedad, enfervorizar nuestro celo en la práctica de la virtud; y puesto que éstos son los deseos de Dios, obligarnos a contribuir con nuestras obras y sufragios a su pronto rescate y libertad.

Pero ellas están perfectamente conformes con la divina voluntad en medio de sus suplicios a que la justicia inflexible de dios las ha sometido.

Por último. Pidamos a nuestro Dios y Señor, que escuche nuestras súplicas: pidamos también, que cierre para todos los fieles las puertas del horroroso abismo del infierno; y que abra para ellos las de la eterna gloria, y libere de sus penas a cuantas almas se encuentran en el purgatorio, llevándolas a gozar contigo Señor de la inmortal corona de la bienaventuranza.

Hagamos el firme propósito de servirnos de la memoria o recuerdo del purgatorio como estímulo para el trabajo, como esfuerzo para el desfallecimiento y como freno contra nuestras pasiones.

Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones

Sus comentarios a obmdavila@yahoo.com.mx


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