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La Santísima Trinidad y la razón humana / por Monseñor Martín Dávila

Mientras el espíritu cristiano, adora y ahonda en el encumbrado misterio de la Trinidad Santísima, descubre de él, dentro de sí mismo, una imagen, y alguna huella en el Universo creado.

Por: Redacción 13 Octubre 2019 09:48

Como le acontece a una gran orquesta que apenas cesa, parece que late en las ondas sonoras, parece que se repite lentamente en el eco que se va alejando.

Asimismo ocurre en la música divina, la cual tiene una única y substancial armonía, que se distribuye en tres notas iguales y, una vez realizado el acto creador, repercute como eco en el mundo de los espíritus y de la materia. 

Procuraremos recoger este eco en nuestra alma y en lo creado.

En nuestra alma. Bossuet ha dicho que nuestra alma es una trinidad creada a semejanza de la Trinidad increada. Por lo mismo descendamos hasta las entrañas del alma . Nuestro espíritu piensa. El pensamiento es su primer acto. Brota del espíritu como la flor de su caliz, como el agua de su fuente, como el rayo del sol.

Pero este pensamiento (acto) es distinto de la mente que lo produce. Decimos: mi pensamiento. Si lo llamamos mío, entre nosotros y él hay distinción. El pensamiento se nos abre ante los ojos como un libro, que leemos y vemos. Y, distinto de nosotros, en manera alguna está separada de nosotros. Nosotros y nuestro pensamiento somos dos y somos una sola cosa.

Cuando hemos pensado, un segundo acto se produce en nosotros. Tomemos el alma de un escultor: concibe un motivo (pensamiento), que quiere reproducir en el mármol. Primeramente, se representa a su mente una vaporosa e incierta visión; después se perfila más claramente, y, finalmente, se exalta vivo y palpitante.

El artista, arrebatado en éxtasis, mira su pensamiento radiante. ¡Cómo lo contempla! ¡Cómo lo ama en su belleza! ¡Lo ama! El amor, he aquí el segundo acto de todo espíritu; que piensa. Y este amor no es el espíritu; es distinto de él como es distinto del pensamiento. (como si fuera el Espíritu Santo)

Sin embargo, procede del uno y del otro; procede del espíritu, del cual es el acto; procede del pensamiento, sin el cual el espíritu no vería el objeto que debe amar, y, al mismo tiempo, es una sola cosa con el pensamiento y con el espíritu en la indivisible substancia de la vida espiritual.

Ahora, asomémonos con reverencia a la vida divina. Dios es espíritu. Su primer acto, como el nuestro, es, por lo tanto, pensar. Desde un principio, desde la hora que precedió a todas las horas, desde que ha existido, desde la eternidad. o (¿cómo se puede expresar con lenguaje humano el lenguaje del tiempo?) hay en Dios un pensamiento.

¿Cuál es este pensamiento? El pensamiento de un ser infinito, un pensamiento igual a Él, es decir, un pensamiento infinito, inmutable, inalterable, que lo representa todo entero, un pensamiento que es su imagen perfectísima, en el cual se ve, se contempla y se complace a sí mismo; que es el esplendor de la gloria y la figura de su substancia, como dice San Pablo.

Un pensamiento que es como la palabra de sí mismo; que se repliega en sí mismo y se conoce y se entiende; un pensamiento, al cual puede decir; Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. Hoy, en este día, que no tiene pasado ni futuro; hoy, en este día, que es un eterno presente. “Filius meus es tu; ego hodie genui te”.

He aquí dos en la unidad, el Padre y el Hijo, o sea el Verbo, como le llama la Sagrada Escritura. La mente engendradora, la idea engendrada, pero existente, coiguales, desde la eternidad.

Mas ¿es ésta toda la vida de Dios? No. El artista, después de haber concebido tan bello pensamiento, lo contempla, lo acaricia, lo ama.

Es lo que ocurre precisamente en Dios, Él ve a su Hijo, a su Verbo, que le es consubstancial, que es su Pensamiento, su Belleza, su Esplendor, su Gloria, y se estremece de Amor.

A este estremecimiento de amor corresponde la emoción del Verbo. El padre ama al Hijo y el Hijo ama al Padre; se aman, y su amor no se expresa con palabras, ni con cantos, ni con exclamaciones apasionadas, porque cuando ha llegado a su grado sumo, el amor no habla, el amor no canta, el amor no grita; se derrama en un soplo por donde el infinito pasa todo entero, en un soplo que subsiste, que vive, que es una persona, en un soplo que es Dios.

¿Cómo ocurre esto? Y responderá San Agustín: “No se, no puedo, no me soy suficiente para comprenderlo”

 

2. Ahora pasemos a lo creado.

La unidad y la multiplicidad, he aquí la ley de toda fuerza, de toda vida, de toda belleza. Los ángeles, el tiempo, el espacio, el Universo, los cuerpos, el movimiento, los reinos de la Naturaleza, los astros, nuestras familias, llevan la impronta del número trestan venerado por la Humanidad religiosa, llamado número perfecto: “Omne trinum est perfectum” (todo tres es perfecto).

No se pretende fundar una demostración sobre la parte que tiene en el mundo el número ternario, pero es cierto que se le encuentra en todas partes y las grandes inteligencias han vislumbrado en él un vestigio del ternario divino, o sea la Santísima Trinidad.

Fijémonos en la materia, la cual, por ser el último ceo de la creación y el punto más alejado de Dios, refleja muy débilmente su imagen. Cualquiera que sea la naturaleza de esta materia y cualquiera que sean sus formas, siempre tiene tres dimensiones: longitud, anchura y profundidad.

Transformemos como mejor nos plazca la materia y siempre se le encontrará sujeta a estas tres dimensiones, que se entrelazan y se funden conjuntamente en el mismo cuerpo, formando un solo cuerpo y permaneciendo siempre distintas entre sí, de manera que la una no es la otra.

En la misma materia, los matemáticos distinguen el número, el peso y la medidatrescosas distintas en una misma e idéntica cosa: tres formas en su unidad.

En todo cuerpo hay una fuerza expansiva, que separa los átomos, una fuerza de atracciónque los une manteniéndolos en la unidad, y una forma que los determina.

La materia tiene tres estados: sólidoliquido y gaseosotiene tres cantidades: la línea la superficie y el cuerpo.

Tres fluidos penetran en el mundo de los cuerpos: el fluido luminoso, el calórico y la electricidady, después de las últimas observaciones, estos tres fluidos son una sola cosa.

El conjunto de los seres está formado por tres grandes categorías, es decir, por tres mundos: el mundo de los cuerpos, el mundo de los espíritus y el mundo humano, que une en sí mismo los otros dos.

Con los juicios se forman los razonamientosy dos juicios comparados entre sí producen una consecuenciahe aquí el silogismoforma suprema de todo razonamiento: una preposición generalla mayoruna preposición particularla menor, y la consecuencia que de ellas dimana: tres en unoy uno en tres.

Ahora, hay que considerar la forma de todos los verbos, en todos los tiempos, en todos los lugares, en todas las gramáticas, en todos los pueblos, y nos presenta constantemente tres personasyoélAdemás, el verbo tiene tres tiempos: presente, pasado y futuroEl adjetivo tiene tres gradospositivo, comparativo y superlativo.

En el rayo luminoso son sólo tres los colores simples, y que no se pueden reducir: el amarillo, el rojo y el azul.

En la escala de los sonidos son tres las notas que componen el acorde prefecto: la tónica, la tercera y la quinta.

El mundo terrestre se divide en tres reinos: mineral, vegetal y animalEl pequeño mundo, que es el hombre, posee tres vidas en una sola: la vegetativa, la sensitiva y la racional.

En el alma hay tres facultades: la memoria, el entendimiento y la voluntadTres operaciones en el espíritu: la percepción, el juicio y el raciocinio.

La familia consta de tres personas: el padre, la madre y el hijotres personas de una misma sangrede una misma naturalezade una misma riqueza.

La gran familia humana consta de tres razasla semítica, la jafética y la camitaLa sociedad tiene un principio organizador, que reside en la autoridadun principio que se ha de organizarla multitud, y un medio que une a ambos, la fuerza de las leyes.

En el mundo de los ángeles vemos tres jerarquías; en cada jerarquía, tres coros; en cada coro, tres operaciones externas: la purificaciónla iluminación y la consumación.

Todos estos reflejos, estos vestigios, estas imágenes, que de alguna manera diseñan el dogma católico, lo aclaran, y van disminuyendo la dificultad de pensarlo, y lo hacen humanamente hablando, concebible y creíble.

El dogma de la Santísima Trinidad no es sólo una verdad especulativa, que debemos creer, sino también, y sobre todo, una enseñanza moral, que ha de regular nuestras acciones. Porque tres palabras resumen la esencia de la moral cristiana: Justicia, Amor, Unidad.

Justiciaporque debemos dar a cada uno lo suyo y cumplir los deberes que la ley nos impone.

Amorporque debemos amar a nuestro prójimo, darle nuestra vida y sacrificarnos por él, si es necesario.

Unidadporque el fin supremo de todos los hombres y de todos los seres es unirse, formar una sociedad, una Iglesia inmensa, universal, donde Dios reina, donde Dios ve su imagen, donde todos tenemos un solo corazón, una sola alma, un solo Dios, principio y fin de todos los seres.

Tales son los tres grados por donde la Humanidad ha de subir, para elevarse a las alturas del cristianismo, y la suprema ley de estos tres grados se encuentra en el misterio de la Santísima Trinidad.

Aquí en las tres personas que la componen, está la ley de la justicia. La justicia es la igualdad, y las tres personas forman una sociedad santa, donde reina la igualdad, con una perfección infinita. La justicia es el orden, y las tres personas permanecen en un orden inmutable, cada una conserva su especial noción, cada una cumple una función esencial. Nada perturba su jerarquía divina.

He aquí, la ley del amorCada persona no posee sino para dar y devolver, sin conservar nada ni perder nada. El Padre, entregándose al santo amor, se da enteramente al Hijo, y el Hijo, entregándose a este mismo amor, se da enteramente al Padre. Poder, luz, vida, río, océano de la divinidad, circulan y pasan eternamente en las tres adorables personas, que reciben y dan, aspiran y respiran en un misterioso e inefable amor.

Veamos, finalmente, la ley de la unidadlas tres divinas personas son una sola cosa en su origen, que es la eternidad; una sola cosa en la esencia, que es la divinidad; una sola cosa con el fin, porque jamás se ha de romper el lazo de su invencible unidad.

Todas estas pruebas de inducción y de analogía en torno de la Santísima Trinidad están sacadas de los santos Padres de la Iglesia, particularmente de San Atanasio, San Agustín, san Fulgencio, de los grandes teólogos, como San Anselmo, San Buenaventura, Santo Tomás, y de los modernos apologistas, Ventura, Félix, Gratry, Nicolás, Sauvé.

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Archivo Homilético” de J. Thiriet – P. Pezzali.

Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara 

Obispo en Misiones

Sus comentarios a obmdavila@yahoo.com.mx

 


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